Cada 7 de diciembre, Tuxpan, Veracruz, revive una de sus tradiciones más emblemáticas y, para muchos, más conmovedoras: el Día del Niño Perdido, una celebración que envuelve a la ciudad en un paisaje iluminado por miles de velas y que tiene su origen en un pasaje bíblico sobre la infancia de Jesús.
La tradición —que hoy forma parte del calendario decembrino del municipio— surgió en Tuxpan en el siglo XVIII, cuando el fraile Junípero de Serra utilizó el relato del Evangelio de San Lucas para evangelizar a las comunidades de la región. El pasaje narra el momento en que Jesús, con apenas 12 años, se pierde durante un viaje a Jerusalén y es encontrado tres días después en el templo, sentado entre los maestros.
A partir de esta historia, los habitantes comenzaron a encender velas como una forma simbólica de mostrarle al niño Jesús el camino de regreso hacia sus padres, gesto que con el tiempo se convirtió en una tradición profundamente arraigada.
La víspera del festejo, el gobierno municipal distribuye más de 20 mil velas y las familias elaboran carritos de cartón para que los niños participen en la celebración. El 7 de diciembre inicia con una misa en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, seguida de un concurso de carritos en el parque Reforma.
Pero el momento más significativo ocurre a las 19:00 horas, cuando un silbatazo resuena por las calles y la ciudad entera enciende sus velas en puertas, escaleras, ventanas y banquetas. Durante unos minutos, Tuxpan queda envuelto en un ambiente solemne y melancólico, recordando aquel pasaje bíblico que dio origen a esta triste y luminosa tradición decembrina.
La jornada culmina con el encendido del árbol de Navidad, marcando el inicio oficial de las celebraciones de fin de año en el municipio.
mb
