Opinión

La seducción del poder

Por Ricardo Homs


El padre Solalinde, -benefactor de los migrantes y hoy muy cercano al poder-, a finales de diciembre pasado expresó públicamente que el presidente López Obrador “tiene rasgos de santidad” y remató agregando que “Dios nos bendijo con un presidente como el que tenemos”.

La hoy senadora Olga Sánchez Cordero, en una reunión que tuvo con un grupo de personalidades de los medios de comunicación, así como con los directivos de la Sociedad Interamericana de la Prensa, SIP, al inicio de este sexenio, siendo secretaria de gobernación expresó: que nadie había  protegido más la libertad de expresión que el presidente López Obrador. Además, añadió que es un gran historiador. Esta descripción refleja gran admiración.

¿Cómo afecta el poder sobre la percepción de quienes están muy cerca física y afectivamente de quien lo ejerce?

La acumulación de poder que pretende el presidente y la idealización de su persona, que hoy hacen sus seguidores, genera el mayor riesgo que tiene su proyecto político. Quien termine siendo el candidato de MORENA a la presidencia de la república se verá “chiquito” en comparación con él. Por ello podemos entender que este es un proyecto unipersonal, que naufragará cuando el presidente deje el cargo.

Puede ser que al presidente López Obrador le alcance su carisma para inducir el voto de un amplio sector de seguidores hacia el “ungido” por el dedo divino, -en alusión al tradicional “dedazo” característico de los presidentes priístas del siglo XX-, fenómeno hoy repetido en ese gobierno.

Sin embargo, cuando el candidato morenista que llegue a la presidencia se quede solo en el ejercicio de poder, parecerá una caricatura de su antecesor. Por ello, entre más grandiosa sea la imagen del presidente López Obrador, -al grado de que se le idealice como un ser excepcional-, más grande será el abismo que le separe de su sucesor, sea quien sea y este difícilmente podrá gobernar con apoyo popular como hoy lo hace Andrés Manuel. Por tanto, ese será el fin de la 4T. No habrá quien llene las expectativas colectivas, aunque el “ungido” haya recibido la voz divina que le invistió de poder. No es lo mismo el original que el “émulo”.

El patético ejemplo lo tenemos en Nicolás Maduro, quien se ve pequeño frente a un mítico y carismático líder como lo fue su antecesor, el dictador Hugo Chávez. Entendamos que el poder se puede heredar, pero el liderazgo se construye de modo personal como un “traje a la medida”.

La desesperación del “delfín” Maduro le llevó a intentar investirse del espíritu de Hugo Chávez con la metáfora del “pajarito que le hablaba al oído para darle consejos”.

El concepto que permite entender este fenómeno sociopolítico es “LIDERAZGO PÚBLICO”.

El liderazgo es el atributo que legitima al poder, pues permite gobernar un país generando consensos y apoyo popular. Por ello, a pesar de los graves errores que ha cometido el gobierno de la 4T, la imagen del presidente permanece intacta.

No hay razonamientos que puedan convencer a quienes de modo emocional e intuitivo simpatizan con el presidente, respecto de los daños a la salud pública provocados por un ineficiente INSABI, así como los graves riesgos derivados de la inseguridad provocados a partir del empoderamiento de grupos criminales que generan violencia en contra de la sociedad. La gran cantidad de mexicanos y mexicanas desaparecidos o agredidos, dan constancia de ello.

Y no digamos las consecuencias de la falta de apoyo al sector productivo, lo cual ha impactado a la economía y provoca pérdida de empleos, lo cual ha sido una constante en este gobierno. Más de un millón de microempresarios han perdido su patrimonio en esta pandemia, -sin recibir apoyos gubernamentales-, pero aun así, un importante porcentaje de ellos culpa a otros de su desgracia, pero no ha perdido su simpatía por el presidente.

La aprobación pública cercana al 70% responde a factores emocionales vinculados al carisma del presidente y no hay indicios de que esto cambie de aquí al final del sexenio. El mexicano de buena fe es generoso y leal en sus afectos.

Podemos decir que el poder sin liderazgo auténtico se vuelve limitado y vulnerable. El liderazgo no es ni una etiqueta aspiracional, ni un concepto racional como la mayoría de la gente interesada en el tema lo interpreta. Es un fenómeno psicosocial de impacto público que guía la percepción grupal.  Esta mecánica opera a nivel del inconsciente colectivo, a favor de quien se ha ganado el poder de influir y convertirse en un guía que representa las expectativas, valores, temores, aspiraciones y la identidad de sus seguidores.

Sin embargo, si Nicolás Maduro sigue en el poder es porque para la comunidad internacional Venezuela no es importante. Esto le permite al dictador ejercer la represión directa y robarse las elecciones con impunidad. Del mismo modo tampoco le preocupan Cuba ni Nicaragua y por tanto, simplemente desgastan a esos gobiernos, los aíslan y confinan en su territorio.

Debemos reconocer que lo que mueve a la comunidad internacional son intereses y México, -aún con los daños que ha sufrido su sector productivo-, sigue siendo uno de los 20 países más importantes del mundo, por el tamaño de su propia economía, por el volumen de la inversión extranjera y por los 3,169 kilómetros que compartimos con una de las principales potencias políticas, económicas y militares del planeta.

La comunidad internacional se mueve por intereses y no por valores y principios democráticos.

A final de cuentas la historia nos muestra que aún con el poder del “dedazo” ningún presidente mexicano ha podido gobernar a través de su sucesor, aunque lo haya deseado. Más bien, para gobernar todos los mandatarios anteriores se han tenido que deslindar de su antecesor, incluso al grado de distanciarse. En los tiempos priístas la imagen del antecesor se debilitaba paulatinamente conforme el nuevo presidente tomaba el control y el nuevo aparecía como una nueva oportunidad de lograr un cambio verdadero, lo cual le permitía tomar todo el poder y gobernar con fuerza.

Sin embargo, el presidente López Obrador es un caso atípico y seguramente terminará su gestión con mucha aprobación ciudadana, pues a final de cuentas cada quien ve lo que quiere ver y lo interpreta de acuerdo con sus personales impulsos emocionales.

Esto significará para su sucesor, -si es un morenista y militante de la 4T-, un referente perverso que le debilitará, pues difícilmente podrá llenar las expectativas de los hoy seguidores del presidente. Le quedará muy grande “el saco” y eso significará una debilidad insuperable. Entre más grande e idealizada sea la imagen de López Obrador después de su mandato presidencial, mayor será la fragilidad de su discípulo y sucesor.

¿A usted qué le parece?

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